Hace poco más de un año que falleció mi padre, y hace unos meses mi abuela …
Puedo decir que todo este tiempo ha sido un proceso de aprendizaje, de adaptación. Un proceso que puede ser vivido de diferentes maneras según cada persona (no todos sentimos las mismas emociones en el mismo orden, ni en la misma intensidad, lo que puede ayudar a algunos puede no ayudar a otros, hay diferentes rituales como ir al cementerio, guardar ciertos objetos, etc.), pero finalmente todos pasamos por un proceso.
¿Qué puede aprender uno en este tiempo? (Que pude aprender yo)
- El primer impacto; cuando uno recibe la noticia uno piensa que el médico se ha equivocado, que eso que nos están diciendo no puede haber pasado, es como que el cerebro se demorara en asimilar la noticia, luego las palabras van cobrando significado, y se siente una variedad de emociones: dolor intenso, tristeza, cólera, angustia. Por momentos uno se siente adormecido, como en una nebulosa, como si hubiera una realidad paralela.
- El ritual del velorio y el entierro ayudan al proceso, va recordándonos que eso que aún no creemos que ha pasado, efectivamente pasó. Los saludos o condolencias, el contar lo ocurrido una y otra vez ayuda a tomar conciencia, a ir asimilando lo innegable, nos sentimos queridos, acompañados y de alguna forma nos sentimos con derecho y autorización a dejar salir nuestra pena.
- Los días pasan y por momentos la pena invade, viene sin avisar y sólo nos queda acogerla, aceptarla sabiendo que en algún momento se va a calmar. Me gusta la metáfora de las olas: a veces son grandes y vienen seguido y con fuerza, dándonos la sensación que nos vamos a ahogar, pero luego podemos darnos cuenta que en otro momento vienen con menos fuerza o con más distancia entre ellas permitiéndonos tomar aire para seguir en la superficie. Por su puesto, hay fechas, momentos o lugares críticos: cumpleaños, navidad, algún evento o lugar que se solía compartir con la persona fallecida… No recomiendo tapar o evitar la pena, no se puede, siempre termina saliendo por otro lado.
- Vienen también lo que yo llamo “golpes de realidad”, esa lucidez que aparece como un golpe que no vemos venir, de saber que nuestro ser querido ya no está físicamente y que no va a estar físicamente nunca más. Esos golpes vienen con una pena intensa. Pero esa pena también se disipa como las olas (ojo como la marea, puede subir en cualquier momento…).
- Aprendemos que la vida continua, con sus mismas responsabilidades o quizás con más responsabilidades que antes, ya que a veces tenemos que asumir aquellas tareas o funciones que antes realizaba la persona que hemos perdido para lo cual tenemos que adquirir nuevos conocimientos, habilidades, asumir nuevos roles.
- Que en este proceso ayuda el paso del tiempo, pero no se lo podemos dejar solo a él. También influye lo que decidimos hacer en ese tiempo. No es un proceso pasivo sino activo. Tomamos decisiones sobre lo que hacemos, sin prisa pero sin pausa todo a nuestro ritmo (cada persona tiene un ritmo diferente, pero según la bibliografía este proceso puede durar bastante más de un año y es perfectamente “normal”).
- Se aprende a vivir sin la persona querida, no la olvidamos, sólo aprendemos a seguir adelante.
- Se hace presente de manera simbólica, en nuestras conversaciones, en nuestro recuerdo, cuando comemos algo que le gustaba, cuando nos reímos de algo que le daría mucha risa, cuando hacemos bromas que solía hacer o cuando pensamos en los consejos o comentarios que nos daría si estuviéramos hablando con él/ella… Aprendemos a relacionarnos con su legado…
Fabiola Bedoya Escurra
C.Ps.P 8741
Diciembre 2016